lunes, 30 de mayo de 2011

EL PROBLEMA DE COMPRENSION LECTORA







Nora Patricia Olarte Ortega

Sin duda uno de los problemas que más preocupa a los profesores de cualquier nivel es el de la comprensión lectora; frecuentemente se preguntan cómo enseñar a los alumnos a comprender lo que leen.
Durante la última década tanto maestros como especialistas se han propuesto           encontrar, desde una perspectiva crítica, nuevas estrategias de enseñanza basadas en el mejor entendimiento de los procesos involucrados en la comprensión de la lectura para incorporarlos al marco teórico que utilizan para enseñarla.
Así, el interés por la comprensión lectora sigue vigente, aun cuando este fenómeno se creía agotado, sobre todo en la década de los años 60 y 70 en que algunos especialistas consideraron que la comprensión era resultado directo del descifrado: si los alumnos eran  capaces de denominar las palabras, la comprensión por ende, sería automática. Sin embargo, a medida que los profesores guiaban más su actividad a la decodificación ,  fueron comprobando que la mayoría de los alumnos no entendían lo que leían.
También la actividad lectora se vio reducida a que los maestros hicieran preguntas           literales sobre el contenido de un texto, creyendo que con ello los alumnos lograba           asimilar la lectura. En consecuencia, no se permitía que los niños se enfrentaran al texto utilizando sus habilidades de lectura, inferencia, y análisis crítico, lo que condujo más tarde a que los maestros consideraran que el hacer preguntas era más una manera de evaluar que de enseñar a comprender.
En la década de los 70 y 80 los investigadores, tanto de la enseñanza como de la           psicología y la lingüística, teorizaron acerca de cómo comprende el sujeto. Es a  través de ellos que actualmente se concibe el fenómeno de la comprensión como un proceso a través del cual el lector elabora un significado en su interacción con el texto (Anderson y  Pearson, 1984 citado en Cooper 1990 p.17). La comprensión es entonces el intercambio dinámico en donde el mensaje que transmite el texto es interpretado por el lector, pero a su vez el mensaje afecta al sujeto al  enriquecer o reformular sus conocimientos. De ahí que la interacción entre el lector y el texto sea el fundamento de la comprensión, ya que en el proceso de comprender el lector relaciona la información que le es presentada con la        información que tiene almacenada en su mente. Este proceso de relacionar  información nueva con la antigua es, por tanto, el proceso de la comprensión.
Los estudios realizados por Bransford y Johnson tienen como tesis que la  capacidad de comprender símbolos lingüísticos está basada no sólo en el conocimiento del lenguaje por parte del que comprende sino también en su conocimiento general del mundo (Bransford y Johnson 1973-90 citado en Valle, F., Cuetos, F., Igoa, J:M y del Viso S. p. 229).
Sus trabajos sobre la comprensión lingüística mostraron que no se podían  procesar los estímulos lingüísticos sin considerar las experiencias del mundo con las que cuenta el sujeto, como lo son las inferencias, de tal manera que éstas son consideradas como esquemas de conocimiento para obtener información, sin que por ello una inferencia sea una justificación. Más bien, las inferencias y las justificaciones son complementarias a la comprensión porque implican una deducción.
Las inferencias son actos fundamentales de comprensión, pues hacer muchas de ellas la implican; cuanto más inferencias se hagan, mejor se comprenderá un  texto. La comprensión vista así, es activa, pues el lector no puede evitar interpretar y modificar lo que lee, de acuerdo con su conocimiento previo sobre el tema. Sin embargo, no significa que el lector tenga que generar todas las inferencias posibles porque entonces se perdería el mensaje del autor, más bien el lector cuenta con un sistema para organizarlas.
Dicho sistema se basa, al parecer, en el concepto de buena forma, esto es, que aquello que no incluye el texto, el lector tiene permitido añadirlo. Por tanto, no se puede considerar que alguien ha comprendido un texto, por el hecho de que sea capaz de repetir los elementos del mismo de memoria. Se comprende un texto cuando se pueden establecer conexiones lógicas entre las ideas y éstas se pueden expresar de otra manera.
De acuerdo con lo anterior, la comprensión lectora se entiende como un proceso en el cual se emplean las claves dadas por el autor y el conocimiento previo que la persona posee para inferir el significado presentado por aquél.
Bransford y Johnson, Sanford y Garrod (1973/90) han concluido ciertos puntos          medulares para tener acceso a la comprensión lectora: el conocimiento general d el mundo (conocimiento previo), el uso de inferencias, el papel del contexto, y el  funcionamiento de procesos mentales que conllevan a la comprensión y retención de información, memoria / recuerdo.
Si queremos que nuestros alumnos se conviertan en constructores de significado, en lugar de lectores pasivos de textos que transfieren únicamente la información,  es necesario cambiar la forma de enseñar la comprensión lectora. Para ello  debemos modificar nuestras prácticas de clase a través de diversas estrategias:

1. Presentar a los niños textos completos, no fragmentados.
2. Proponer actividades después de la lectura  de cualquier texto, para que                 los niños cuenten con alternativas para construir significados mediante el dibujo, la escritura o la representación teatral.
3. Poner en contacto a los niños con una amplia variedad de textos.4. Apoyar a los niños cuando traten de construir el significado de los textos.
5. Planear actividades que aprovechen las relaciones entre la lectura y otras formas del lenguaje.
6. Aceptar las respuestas e interpretaciones individuales.
7. Ayudar a los niños a que utilicen la lectura para aprender cosas sobre ellos mismos y su mundo.
En la medida que hagamos hincapié en las estrategias anteriores, haremos de la          lectura un proceso constructivo orientado por la búsqueda de significados  (Pearson y Johnson 1978).
* En la revista Correo del Maestro, Núm.23, abril 1998, pp. 7-8[Image]




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